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Nada de Bukeles ecuatorianos, ¿para qué?



Pregunta seria: ¿Qué tienen en común un rambo criollo y el presidente más cool del mundo mundial?

La barba.

En serio, la barba es lo único que comparten Jan Topic y Nayib Bukele. Quizás también el venir de hogares acomodados de inmigrantes, en lo demás no son comparables, son dos estilos, trayectorias y entornos dispares. Mientras el uno se jacta de haber participado en guerras, en primera persona, Bukele se siente el adalid de la lucha contra las pandillas, desde cuestionables medidas de control desde las cárceles.


Gravitar alrededor de la seguridad como única urgencia de la agenda pública no es razón suficiente para establecer un paralelismo. Si bien Ecuador vive una inusitada e inédita escalada de violencia, El Salvador sobrevivió a 12 años de guerra civil, que dejó alrededor de 100.000 muertos. Son contextos diferentes.


Y personajes distintos. Nayib Bukele es, hasta el momento, el ciudadano más joven en asumir las funciones de presidente de la República de El Salvador, al ganar las elecciones a los 37 años de edad, con el 53% de los votos. En su primer trimestre de gobierno, Bukele no solo se consolidaba como un político popular, sino que se había convertido en una celebridad de las redes sociales y hasta fue calificado como “el presidente más cool de Twitter, a lo que respondió autodefiniéndose en su biografía como "el presidente más guapo y cool del mundo mundial".



Bukele ha hecho del antistablishment la tónica de sus apariciones públicas, siempre mediadas y amplificadas por las redes sociales, especialmente Twitter. Lo que para muchos pudiera interpretarse como una irreverencia, para Bukele, es una rebeldía justificada -e intencional- que trasciende las formas. Su propósito es marcar distancia con los políticos e instituciones tradicionales, a quienes responsabiliza de los males en su país, para posicionarse, por contraste, como el líder de un futuro esperanzador.


Bukele cuida cada detalle para mantener un frágil equilibrio entre mostrarse lo suficientemente accesible y humano como para ser considerado parte del pueblo, a quien dice representar, mientras se exhibe como un personaje lo suficientemente extraordinario como para ser admirado por ese mismo pueblo; ambigüedades y paradojas propias del populismo.


En la gestión Bukele se construyó un mega centro de vacunación en tiempo récord, se hizo del bitcoin una moneda de curso legal a la par del dólar y se ha promocionado Surf City como una de las mejores playas para surfear en el mundo. Impresionante, parece, pero entremos un poco al detalle. En el megacentro de vacunación ya no hay atención médica, nadie usa el chivo wallet para pagar con criptomonedas y el Surf City es más visitado en YouTube que en la vida realidad. Humo.


Muchos, seguramente, me contradirán diciendo: pero ya no hay maras. Eso es correcto y el pueblo salvadoreño agradece poder salir de casa en paz. ¿El secreto? Más de 60.000 capturados y 2.000 habeas corpus en menos de un año, un régimen de excepción permanente y reiterativas suspensiones de las garantías constitucionales.


Entonces, ¿por qué queremos un Bukele en las elecciones de agosto? Porque todavía creemos en mesías y nos hemos convencido de que necesitamos un milagro para resolver la inseguridad. Cuidado nos equivocamos de referentes y resbalamos nuevamente en narrativas de «enviados». El pánico no puede apoderarse del buen juicio. Es imperante que profundicemos y veamos más allá de prácticas populistas que se ven curiosas y disruptivas. No busquemos Bukeles donde no hay.


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